miércoles, 10 de enero de 2018

viaje a un lugar de la mancha.


Viaje a un lugar de la mancha.



Era muy temprano todavía cuando sonó el despertador, al despertarme, aun tumbado en la cama, la duda o quizá el miedo me tenía atado a ella y dentro de mí cabeza una pregunta crucial, como quien llega a un cruce de caminos y la elección de uno de ellos ha de determinar el destino que se va a encontrar más adelante ¿me levanto o me espero un poco mas?  y es que cuando voy a emprender algo, en este caso un viaje, cuanto más se acerca el día, mas miedos me asaltan, miedo a sufrir un accidente, a las lesiones, a fracasar y cualquier razón me sirve de excusa para escaquearme una vez más, ante este dilema decido ser valiente y me levanto. Es de noche todavía, la casa está casi a oscuras, iluminada tenuemente por las farolas de la calle cuya luz entra por las ventanas, me asomo por la ventana y compruebo que no hace viento ni llueve, la última razón para escaquearme se ha esfumado, no hay excusa, quizá hubiese querido que la hubiese, pero no, es el momento de prepararse para viajar.

A las 4:45 estoy ya en la calle con la bicicleta preparada, es de noche, hace un poco de fresco, algo normal en el mes de mayo, no sopla viento y el cielo esta raso, todo tranquilo, igual que las calles del barrio donde resido, siento la excitación de empezar algo que antes no había hecho y la emoción a través de este viaje, volver a aquel lugar que hace mucho que no visito, los miedos me siguen avisando, una mezcla entre la emoción de empezar algo y el miedo a que las cosas no salgan bien me invade, ya que hoy será largo el día y pueden pasar muchas cosas, hoy por fin me voy de viaje al pueblo.


Hay que aclarar que este viaje nace de cuando yo era niño y veraneaba en el pueblo de mi madre, allí jugaba a muchas cosas, pero una me faltaba, una bicicleta, en casa tenía una, pero a mis padres les era imposible llevarla y volverla a traer en el viaje de autobús que teníamos que hacer, un día se me ocurrió la idea de llegar allí en bici, soñaba con la idea de recorrer aquella carretera y hacer todos esos kilómetros hasta llegar al pueblo. Con los años esta idea fue tomando cuerpo, empecé a planear el viaje en tres días, pero un día comentado esto a un compañero, este me dijo; - ¿Por qué no lo haces en un solo día? - Saliendo de él, era normal, ya que él está acostumbrado a la larga distancia, pero a mí me pareció en un primer momento una animalada ¡hacer doscientos diez kilómetros en un día!


Mis primeras pedaladas las hago recorriendo algunas calles que me han de llevar hasta las afueras de Aldaya, aquí me siento seguro ya que la iluminación me arropa, conforme voy avanzando paso del paisaje urbano al de los polígonos industriales, los cuales voy encadenando y que me sirven para prorrogar unos kilómetros más mi zona de confort iluminada, hasta que de repente, al final de la última calle de uno de estos, ahora,  fantasmales polígonos,  ese manto que antes me arropaba desapareció como si entrase en un oscuro túnel y me sumerjo en una oscuridad total, solo el haz de luz de mi faro consigue romper la oscuridad permitiéndome ver lo que tengo delante. El cielo esta estrellado aunque no me fijo demasiado en esto, solo miro lo que el faro va descubriendo delante de mí, fuera de esto solo sombras, bultos oscuros que a estas horas me parecen amenazadores, a lo lejos a mi alrededor se pueden intuir por su iluminación algunas urbanizaciones, este tránsito en la oscuridad me parece como el atravesar un desierto donde mis oasis son las poblaciones iluminadas por las que paso, Loriguilla, Cheste y Chiva, las cuales a estas horas todavía están durmiendo.

 Recuerdo hace un millón de años cuando se acercaba el día de irnos al pueblo de vacaciones la emoción de la cercanía del viaje, la ceremonia de meter la ropa y las cosas que me iba a llevar dentro de la bolsa de viaje, la excitación del día previo al viaje con todo ya preparado para al día siguiente, el día del viaje, salir de casa cargados hasta arriba con el equipaje, teniendo que coger un autobús urbano que nos acercara a la estación de autobuses, donde empezaba el verdadero y emocionante viaje hasta el pueblo.

Poco a poco va amaneciendo y el cielo se va tornando de un azul cada vez más claro, lo que a cada pedalada que doy me permite salir de ese angustioso túnel, me siento más aliviado sabiendo que ya va haciéndose de día. La cosa no podía ir mejor de lo que estaba siendo, ahora llegaba a Buñol, a partir de aquí empieza lo que se podría denominar la montaña el paso de la llanura costera a la meseta, este paso, me recordaba la película “naufrago” –si la de Tom Hanks- en la que para poder salir de la isla con la balsa tenía que superar a una determinada distancia de la isla, unas olas gigantes, provocadas por una barrera de coral, eso me pasa a mí con el portillo de Buñol, para poder ir mas allá, tengo que superar esta barrera llamada sierra de las cabrillas.


 Una vez montado en el autobús me sentía como si este, fuese una nave espacial que debía transportarnos más allá de todo lo conocido por mí. Durante el viaje, me permitía descubrir desde su ventana, paisajes que durante el resto del año no podía ver, la impresionante travesía por el portillo de Buñol y la sierra de las cabrillas, en esa carretera con aquellas curvas sin final, sus paisajes de montañas cubiertas de verdes bosques de pinos, de todo esto luego se pasaba a la llanura de la meseta aquí el paisaje era de contrastes ya que la tierra parecía estar parcheada por el amarillo de los campos de cereales recién cosechados, el verde de las vides o los girasoles, o el rojizo de la tierra, los pueblos con sus casas de fachadas blancas, un paisaje que durante el resto del año no estaba acostumbrado a ver.

Empecé a ascender el portillo por la antigua nacional, hoy, no tiene apenas trafico comparado con el que tenía antes de que se construyera el vecino viaducto por el que ahora circula todo el tráfico entre Madrid y Valencia. Las montañas siguen pobladas de árboles que se salvaron de un incendio que asolo esta sierra hace más de veinte años, en lo alto de una de estas montañas, la torre vigía, sigue años después todavía allí en lo alto, vigilando los montes y de reojo a los que circulamos por la carretera. El tránsito por esta sierra se convierte en penoso como ya me imaginaba yo y por fin después de mucho subir, un descansillo, la población de Siete Aguas aparece detrás de una pinada al pie de la ladera de una montaña, aquí aprovechare a llenar los botellines de agua, esta población me trae buenos recuerdos, de cuando venía aquí a participar en una carrera de atletismo, todo el pueblo se llenaba de corredores y aquello era una fiesta del atletismo.

 Aun me queda otra ascensión más para culminar este tránsito por la montaña, esta me era muy conocida por la mencionada carrera ya que este era parte de su recorrido, esta carretera asciende durante unos dos kilómetros para después descender hasta el llano de El Rebollar, donde ya alcanzo la meseta, una vez llegado aquí, significa que he logrado atravesar mi particular barrera de coral, celebro el haber dejado atrás una de las mayores dificultades, pero poniendo los pies en el suelo, todavía hay mucho camino por recorrer. Llegado a la meseta, el paisaje se transforma pasando del paisaje montañoso a las llanuras inmensas coloreadas por el verde de los campos de vid entre El Rebollar, Requena, Utiel y Villargordo del Cabriel, entre tanto campo y algún cruce por encima y por debajo de la vecina autovía llego a Requena donde paro a desayunar, son las nueve y ya tengo hambre.

Requena, San Antonio, Utiel, Caudete de las Fuentes y Villargordo del Cabriel se alzan vigilantes en medio de la extensa y monótona llanura, entre campos de vid, el calor empieza a apretar mientras la carretera sigue ascendiendo poco a poco, a la salida de Caudete me detengo, llevo un rato sintiendo unas molestias en el muslo derecho, a ver si con este descanso me recupero un poco. No consigo entender, si llevo menos distancia de la que he estado entrenando en los meses anteriores ¿Cómo puede ser que tenga ya, molestias? Estas las esperaba hacia el final, pero no tan pronto, tengo la creencia de que si, como, bebo un poco de agua y descanso unos diez minutos estas molestias se pasaran.

Retomo la marcha, con la mosca tras la oreja, creo que esto me puede fastidiar el viaje, llego a Villargordo del Cabriel, el ultimo pueblo de la provincia de Valencia. En aquel viaje en autobús este pueblo era lugar de parada a descansar y tomar algo en el bar durante los quince minutos que el conductor daba de tiempo a los pasajeros. Al contrario de aquel viaje yo no paro a descansar, ya lo he hecho antes y ahora llega un largo y relajado descenso para que las piernas se recuperen, hasta llegar al límite entre Valencia y Cuenca en donde el rio Cabriel es detenido por el embalse de Contreras.



En el viaje al pueblo el embalse de contreras es uno de los puntos más interesantes del viaje, la gente llegaba a levantarse de sus asientos para poder ver y después comentar el nivel de agua y compararlo con el nivel que se recordaba del año pasado. El paisaje era impresionante la carretera bajaba con la visión del embalse a lo lejos, este rodeado por extensos pinares en sus márgenes donde todavía no había llegado el nivel del agua, este, se iba viendo cada vez, más cerca al paso del autobús. El paso por los dos túneles, que a mí me parecían larguísimos, el paso por el muro de la presa donde la visión del lago era mucho más impactante debido a la altura y la única protección de la valla de la presa, después de este tramo el autobús volvía a ascender dejando atrás el embalse y el bosque, buscando de nuevo la llanura, su monotonía y a la vez su belleza, en tierra de Castilla la Mancha.



Llego a Motilla del Palancar, antes he pasado sin más por Minglanilla, Graja de Iniesta y Castillejo de Iniesta, de estas dos últimas poblaciones no las recordaba, en cierto modo me vinieron bien que estuvieran allí para romper con sus blancas casas de tejados de tejas marrones y anaranjadas, la monotonía del paisaje, comenzaba a sentirme un poco cansado, eran casi las tres de la tarde y decidí parar en Motilla a descansar y comer de lo que llevaba en mi mochila que en modo bikepacking la llevaba sujeta al sillín con unos pulpos. La parada duro una hora o así, en una gasolinera, me compré un helado, a modo de homenaje, que me comí enseguida y una botella de agua para el resto del camino, solo me faltaban unos sesenta kilómetros para llegar, unas tres horas sin parar. Haciendo recapitulación de lo recorrido hasta ahora, hasta llegar hasta aquí, llegue con las fuerzas bien, pero la molestia del muslo era un lastre que después de este descanso, debía haber recuperado lo suficiente, para poder terminar lo que me quedaba sin demasiados problemas. En la misma gasolinera me monte en la bici y empecé a pedalear con la confianza de que el camino que me quedaba no era de demasiada dificultad, pero en la tercera o cuarta pedalada, un calambrazo en el muslo derecho me obliga a parar en seco y a punto me hace caerme de la bici, en ese momento se me pasa de todo por la cabeza, ya está, ya se ha terminado pensé, todo eso que pensaba antes de empezar el viaje, ha ocurrido, una sensación de frustración y rabia se apodera de mí, decido sentarme en la repisa del escaparate de un concesionario de coches a la sombra y ver qué pasa mientras me paso la superficie fría de la botella que acabo de comprar por encima de la zona donde me dio el calambre.

Allí sentado espero a ver qué ocurre mientras me aplico el frio de la botella y bebo agua, durante el tiempo que estuve allí sentado estuve en un estado de pre-finalización del viaje, es decir, llame a mi mujer para contarle lo ocurrido y que estuviese prevenida por si tenía que venir a recogerme, me resistía a asumir que debía terminar el viaje, tantos meses preparándolo y hoy va y se fastidia todo en un momento y quien sabe cuándo podría volver a intentarlo. Pasada una hora decidí que llegó el momento de intentarlo, volví a la carretera, me subí a la bici y volví a pedalear de nuevo, las cosas fueron mucho mejor, no sentía molestias, pero pedaleaba con mucho cuidado, como si los pedales fuesen de papel, no fuera a ser que me volviesen los calambres. Tenia por delante treinta kilómetros prácticamente sin ninguna población hasta llegar a La Honrubia donde podía parar, así que, intento no forzar demasiado el terreno es bastante suave lo cual ayuda. Me aproximo al embalse de Alarcón, este como en el de contreras es la atracción del viaje, me paro a contemplar la vista de este desde el mirador, echo unas fotos y al comenzar la marcha resulta que noto un tirón en el muslo izquierdo, igual que me pasó en Caudete de las Fuentes y que al final desemboco en los calambres en Motilla, continúe pedaleando, durante el paso de los kilómetros sin que las molestias fueran a mas, me fue dando confianza y divisar los tejados de las casas de La Honrubia me dio más tranquilidad, era mi oasis en este desierto de asfalto, así pues, pare de nuevo a descansar e intentar recuperarme de todas las molestias, en este sentido, hice una parada mucho más larga de lo que yo hubiese hecho en otras circunstancias. Me faltaba ya muy poco y eso me daba mucha moral, si no volvían las molestias la distancia que me resta es bastante asequible. Todo lo que me estaba pasando con los calambres tenía que deberse a algo, falta de entrenamiento, no sé, anteriormente, he realizado más distancia y no me había pasado tan pronto, falta de alimento, quizá, más tarde, pasado este viaje descubriría que la razón era que tenía que beber más agua, aunque durante el viaje bebí, quizá no fue lo suficiente.


 La vieja carretera desaparece debajo de la actual autovía, así que continuo por un camino asfaltado paralelo a esta junto a los verdes, aun, campos de cereal que me llevara hasta las afueras de La Almarcha, donde en el cruce con otra carretera, giro a la izquierda dirección a Mota del Cuervo, me encuentro a tan solo once kilómetros del pueblo y con la única dificultad de subir un pequeño puerto, en estos momentos, todavía, me encuentro bien de fuerzas, las piernas van bien pero los muslos los tengo a punto de tener calambres, pienso en que después de doscientos kilómetros, si tengo que subir andando lo hare, es un puerto que no he subido nunca en bici con lo que no sé qué dificultad tendrá, pero llegado hasta  aquí, no puede pararme nada. La carretera va ascendiendo poco a poco hasta coronar en un altiplano durante el cual se va llaneando en un paisaje entre campos de cereal, girasoles y monte con carrascas, el sol aun calienta aunque ya son las siete de la tarde, me veo cerca, recuerdo todos estos parajes como si hubiese pasado el día anterior, entonces la carretera comienza a descender flanqueada por dos terraplenes, resultado de la supresión de las antiguas curvas y posterior adecuación de la nueva carretera, esta,  aun en descenso empieza a describir un suave giro hacia la izquierda descubriendo a la vez que los terraplenes desaparecen, el paisaje que hay al otro lado de este altiplano y dentro de él está el pueblo, lo veo a mi derecha, conforme me voy acercando observo como todo sigue más o menos como recordaba, las casas, la torre de la iglesia, el depósito de agua, los dos cerros el de la mesa y el de la cruz entre los que se acomodan las casas entre sus laderas.






Cuando por fin después de cuatro horas de viaje sentado en el autobús se divisaba el pueblo, una vez superado el altiplano, una sensación agridulce se apoderaba de mí, estaba ya muy cerca de llegar a nuestra parada, donde pasaría mis vacaciones las próximas semanas y eso me ilusionaba, pero a la vez sentía tristeza porque el viaje se terminaba, ahora me pregunto si quizá, inconscientemente, el ir al pueblo, no sería mi excusa para mi verdadera intención, la de viajar y descubrir nuevos paisajes.

 Bajábamos del autobús ante la mirada curiosa de los paisanos que estaban sentados pasando la tarde a la sombra junto a la parada, mientras el conductor nos abría el maletero, nosotros sacábamos el equipaje y mi abuela que nos estaba esperando, nos ayudaba después a llevarlo hasta su casa, mientras el autobús desaparecía atravesando el pueblo hacia otro lugar.

 Salgo de la carretera para entrar por la vieja y estrecha travesía que atraviesa el pueblo partiéndolo en dos, recorro con la bici, las calles por las que de niño jugaba, todo me es familiar la fuente de la solana, la calle donde mi abuela tenía su casa, la iglesia y su plaza, la casa donde nació mi madre, pero aunque todo me es conocido, a la vez siento que todo lo que me rodea queda lejano, muy lejano en el tiempo, paseando por las calles me encuentro con muy poca gente, ellos me miran y yo también, no los reconozco, ni ellos tampoco a mí, para ellos soy un forastero alguien que solamente pasa por allí con una bicicleta, sin sospechar que hace un millón de años, yo veranee y jugué por estas mismas calles, finalmente mis pedaladas me dirigen al cerro de la mesa, donde realmente para mí, tiene sentido acabar este viaje, una atalaya desde la cual se puede divisar, además del pueblo, todo el territorio que lo rodea, que en la época que estamos, todos los campos están verdes, mientras el sol, poco a poco acercándose al horizonte,  hace que todos los colores y las cosas adquieran un tono que invita a la melancolía.


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