Viaje a
un lugar de la mancha.
Era muy
temprano todavía cuando sonó el despertador, al despertarme, aun tumbado en la
cama, la duda o quizá el miedo me tenía atado a ella y dentro de mí cabeza una
pregunta crucial, como quien llega a un cruce de caminos y la elección de uno
de ellos ha de determinar el destino que se va a encontrar más adelante ¿me
levanto o me espero un poco mas? y es
que cuando voy a emprender algo, en este caso un viaje, cuanto más se acerca el
día, mas miedos me asaltan, miedo a sufrir un accidente, a las lesiones, a
fracasar y cualquier razón me sirve de excusa para escaquearme una vez más,
ante este dilema decido ser valiente y me levanto. Es de noche todavía, la casa
está casi a oscuras, iluminada tenuemente por las farolas de la calle cuya luz
entra por las ventanas, me asomo por la ventana y compruebo que no hace viento
ni llueve, la última razón para escaquearme se ha esfumado, no hay excusa,
quizá hubiese querido que la hubiese, pero no, es el momento de prepararse para
viajar.
A las
4:45 estoy ya en la calle con la bicicleta preparada, es de noche, hace un poco
de fresco, algo normal en el mes de mayo, no sopla viento y el cielo esta raso,
todo tranquilo, igual que las calles del barrio donde resido, siento la
excitación de empezar algo que antes no había hecho y la emoción a través de
este viaje, volver a aquel lugar que hace mucho que no visito, los miedos me
siguen avisando, una mezcla entre la emoción de empezar algo y el miedo a que
las cosas no salgan bien me invade, ya que hoy será largo el día y pueden pasar
muchas cosas, hoy por fin me voy de viaje al pueblo.
Hay que
aclarar que este viaje nace de cuando yo era niño y veraneaba en el pueblo de
mi madre, allí jugaba a muchas cosas, pero una me faltaba, una bicicleta, en
casa tenía una, pero a mis padres les era imposible llevarla y volverla a traer
en el viaje de autobús que teníamos que hacer, un día se me ocurrió la idea de
llegar allí en bici, soñaba con la idea de recorrer aquella carretera y hacer
todos esos kilómetros hasta llegar al pueblo. Con los años esta idea fue
tomando cuerpo, empecé a planear el viaje en tres días, pero un día comentado
esto a un compañero, este me dijo; - ¿Por qué no lo haces en un solo día? -
Saliendo de él, era normal, ya que él está acostumbrado a la larga distancia,
pero a mí me pareció en un primer momento una animalada ¡hacer doscientos diez
kilómetros en un día!
Mis
primeras pedaladas las hago recorriendo algunas calles que me han de llevar hasta
las afueras de Aldaya, aquí me siento seguro ya que la iluminación me arropa,
conforme voy avanzando paso del paisaje urbano al de los polígonos
industriales, los cuales voy encadenando y que me sirven para prorrogar unos
kilómetros más mi zona de confort iluminada, hasta que de repente, al final de
la última calle de uno de estos, ahora, fantasmales polígonos, ese manto que antes me arropaba desapareció como
si entrase en un oscuro túnel y me sumerjo en una oscuridad total, solo el haz
de luz de mi faro consigue romper la oscuridad permitiéndome ver lo que tengo
delante. El cielo esta estrellado aunque no me fijo demasiado en esto, solo
miro lo que el faro va descubriendo delante de mí, fuera de esto solo sombras,
bultos oscuros que a estas horas me parecen amenazadores, a lo lejos a mi
alrededor se pueden intuir por su iluminación algunas urbanizaciones, este tránsito
en la oscuridad me parece como el atravesar un desierto donde mis oasis son las
poblaciones iluminadas por las que paso, Loriguilla, Cheste y Chiva, las cuales
a estas horas todavía están durmiendo.
Recuerdo hace un millón de años cuando se
acercaba el día de irnos al pueblo de vacaciones la emoción de la cercanía del
viaje, la ceremonia de meter la ropa y las cosas que me iba a llevar dentro de
la bolsa de viaje, la excitación del día previo al viaje con todo ya preparado
para al día siguiente, el día del viaje, salir de casa cargados hasta arriba
con el equipaje, teniendo que coger un autobús urbano que nos acercara a la
estación de autobuses, donde empezaba el verdadero y emocionante viaje hasta el
pueblo.
Poco a
poco va amaneciendo y el cielo se va tornando de un azul cada vez más claro, lo
que a cada pedalada que doy me permite salir de ese angustioso túnel, me siento
más aliviado sabiendo que ya va haciéndose de día. La cosa no podía ir mejor de
lo que estaba siendo, ahora llegaba a Buñol, a partir de aquí empieza lo que se
podría denominar la montaña el paso de la llanura costera a la meseta, este
paso, me recordaba la película “naufrago” –si la de Tom Hanks- en la que para
poder salir de la isla con la balsa tenía que superar a una determinada
distancia de la isla, unas olas gigantes, provocadas por una barrera de coral, eso
me pasa a mí con el portillo de Buñol, para poder ir mas allá, tengo que
superar esta barrera llamada sierra de las cabrillas.
Una vez montado en el autobús me sentía como
si este, fuese una nave espacial que debía transportarnos más allá de todo lo
conocido por mí. Durante el viaje, me permitía descubrir desde su ventana,
paisajes que durante el resto del año no podía ver, la impresionante travesía
por el portillo de Buñol y la sierra de las cabrillas, en esa carretera con
aquellas curvas sin final, sus paisajes de montañas cubiertas de verdes bosques
de pinos, de todo esto luego se pasaba a la llanura de la meseta aquí el
paisaje era de contrastes ya que la tierra parecía estar parcheada por el
amarillo de los campos de cereales recién cosechados, el verde de las vides o
los girasoles, o el rojizo de la tierra, los pueblos con sus casas de fachadas blancas,
un paisaje que durante el resto del año no estaba acostumbrado a ver.
Empecé
a ascender el portillo por la antigua nacional, hoy, no tiene apenas trafico
comparado con el que tenía antes de que se construyera el vecino viaducto por
el que ahora circula todo el tráfico entre Madrid y Valencia. Las montañas
siguen pobladas de árboles que se salvaron de un incendio que asolo esta sierra
hace más de veinte años, en lo alto de una de estas montañas, la torre vigía,
sigue años después todavía allí en lo alto, vigilando los montes y de reojo a
los que circulamos por la carretera. El tránsito por esta sierra se convierte
en penoso como ya me imaginaba yo y por fin después de mucho subir, un
descansillo, la población de Siete Aguas aparece detrás de una pinada al pie de
la ladera de una montaña, aquí aprovechare a llenar los botellines de agua,
esta población me trae buenos recuerdos, de cuando venía aquí a participar en
una carrera de atletismo, todo el pueblo se llenaba de corredores y aquello era
una fiesta del atletismo.
Aun me queda otra ascensión más para culminar
este tránsito por la montaña, esta me era muy conocida por la mencionada
carrera ya que este era parte de su recorrido, esta carretera asciende durante
unos dos kilómetros para después descender hasta el llano de El Rebollar, donde
ya alcanzo la meseta, una vez llegado aquí, significa que he logrado atravesar
mi particular barrera de coral, celebro el haber dejado atrás una de las
mayores dificultades, pero poniendo los pies en el suelo, todavía hay mucho
camino por recorrer. Llegado a la meseta, el paisaje se transforma pasando del paisaje
montañoso a las llanuras inmensas coloreadas por el verde de los campos de vid
entre El Rebollar, Requena, Utiel y Villargordo del Cabriel, entre tanto campo
y algún cruce por encima y por debajo de la vecina autovía llego a Requena donde
paro a desayunar, son las nueve y ya tengo hambre.
Requena,
San Antonio, Utiel, Caudete de las Fuentes y Villargordo del Cabriel se alzan
vigilantes en medio de la extensa y monótona llanura, entre campos de vid, el
calor empieza a apretar mientras la carretera sigue ascendiendo poco a poco, a
la salida de Caudete me detengo, llevo un rato sintiendo unas molestias en el
muslo derecho, a ver si con este descanso me recupero un poco. No consigo
entender, si llevo menos distancia de la que he estado entrenando en los meses
anteriores ¿Cómo puede ser que tenga ya, molestias? Estas las esperaba hacia el
final, pero no tan pronto, tengo la creencia de que si, como, bebo un poco de
agua y descanso unos diez minutos estas molestias se pasaran.
Retomo
la marcha, con la mosca tras la oreja, creo que esto me puede fastidiar el viaje,
llego a Villargordo del Cabriel, el ultimo pueblo de la provincia de Valencia.
En aquel viaje en autobús este pueblo era lugar de parada a descansar y tomar
algo en el bar durante los quince minutos que el conductor daba de tiempo a los
pasajeros. Al contrario de aquel viaje yo no paro a descansar, ya lo he hecho
antes y ahora llega un largo y relajado descenso para que las piernas se
recuperen, hasta llegar al límite entre Valencia y Cuenca en donde el rio
Cabriel es detenido por el embalse de Contreras.
En el
viaje al pueblo el embalse de contreras es uno de los puntos más interesantes
del viaje, la gente llegaba a levantarse de sus asientos para poder ver y
después comentar el nivel de agua y compararlo con el nivel que se recordaba
del año pasado. El paisaje era impresionante la carretera bajaba con la visión
del embalse a lo lejos, este rodeado por extensos pinares en sus márgenes donde
todavía no había llegado el nivel del agua, este, se iba viendo cada vez, más
cerca al paso del autobús. El paso por los dos túneles, que a mí me parecían
larguísimos, el paso por el muro de la presa donde la visión del lago era mucho
más impactante debido a la altura y la única protección de la valla de la
presa, después de este tramo el autobús volvía a ascender dejando atrás el
embalse y el bosque, buscando de nuevo la llanura, su monotonía y a la vez su
belleza, en tierra de Castilla la Mancha.
Llego a
Motilla del Palancar, antes he pasado sin más por Minglanilla, Graja de Iniesta
y Castillejo de Iniesta, de estas dos últimas poblaciones no las recordaba, en
cierto modo me vinieron bien que estuvieran allí para romper con sus blancas
casas de tejados de tejas marrones y anaranjadas, la monotonía del paisaje,
comenzaba a sentirme un poco cansado, eran casi las tres de la tarde y decidí
parar en Motilla a descansar y comer de lo que llevaba en mi mochila que en
modo bikepacking la llevaba sujeta al sillín con unos pulpos. La parada duro
una hora o así, en una gasolinera, me compré un helado, a modo de homenaje, que
me comí enseguida y una botella de agua para el resto del camino, solo me
faltaban unos sesenta kilómetros para llegar, unas tres horas sin parar.
Haciendo recapitulación de lo recorrido hasta ahora, hasta llegar hasta aquí,
llegue con las fuerzas bien, pero la molestia del muslo era un lastre que
después de este descanso, debía haber recuperado lo suficiente, para poder
terminar lo que me quedaba sin demasiados problemas. En la misma gasolinera me
monte en la bici y empecé a pedalear con la confianza de que el camino que me
quedaba no era de demasiada dificultad, pero en la tercera o cuarta pedalada,
un calambrazo en el muslo derecho me obliga a parar en seco y a punto me hace
caerme de la bici, en ese momento se me pasa de todo por la cabeza, ya está, ya
se ha terminado pensé, todo eso que pensaba antes de empezar el viaje, ha
ocurrido, una sensación de frustración y rabia se apodera de mí, decido
sentarme en la repisa del escaparate de un concesionario de coches a la sombra
y ver qué pasa mientras me paso la superficie fría de la botella que acabo de
comprar por encima de la zona donde me dio el calambre.
Allí
sentado espero a ver qué ocurre mientras me aplico el frio de la botella y bebo
agua, durante el tiempo que estuve allí sentado estuve en un estado de pre-finalización
del viaje, es decir, llame a mi mujer para contarle lo ocurrido y que estuviese
prevenida por si tenía que venir a recogerme, me resistía a asumir que debía
terminar el viaje, tantos meses preparándolo y hoy va y se fastidia todo en un
momento y quien sabe cuándo podría volver a intentarlo. Pasada una hora decidí
que llegó el momento de intentarlo, volví a la carretera, me subí a la bici y volví
a pedalear de nuevo, las cosas fueron mucho mejor, no sentía molestias, pero
pedaleaba con mucho cuidado, como si los pedales fuesen de papel, no fuera a
ser que me volviesen los calambres. Tenia por delante treinta kilómetros
prácticamente sin ninguna población hasta llegar a La Honrubia donde podía
parar, así que, intento no forzar demasiado el terreno es bastante suave lo
cual ayuda. Me aproximo al embalse de Alarcón, este como en el de contreras es
la atracción del viaje, me paro a contemplar la vista de este desde el mirador,
echo unas fotos y al comenzar la marcha resulta que noto un tirón en el muslo
izquierdo, igual que me pasó en Caudete de las Fuentes y que al final desemboco
en los calambres en Motilla, continúe pedaleando, durante el paso de los
kilómetros sin que las molestias fueran a mas, me fue dando confianza y divisar
los tejados de las casas de La Honrubia me dio más tranquilidad, era mi oasis
en este desierto de asfalto, así pues, pare de nuevo a descansar e intentar
recuperarme de todas las molestias, en este sentido, hice una parada mucho más
larga de lo que yo hubiese hecho en otras circunstancias. Me faltaba ya muy
poco y eso me daba mucha moral, si no volvían las molestias la distancia que me
resta es bastante asequible. Todo lo que me estaba pasando con los calambres tenía
que deberse a algo, falta de entrenamiento, no sé, anteriormente, he realizado más
distancia y no me había pasado tan pronto, falta de alimento, quizá, más tarde,
pasado este viaje descubriría que la razón era que tenía que beber más agua,
aunque durante el viaje bebí, quizá no fue lo suficiente.
La vieja carretera desaparece debajo de la
actual autovía, así que continuo por un camino asfaltado paralelo a esta junto
a los verdes, aun, campos de cereal que me llevara hasta las afueras de La
Almarcha, donde en el cruce con otra carretera, giro a la izquierda dirección a
Mota del Cuervo, me encuentro a tan solo once kilómetros del pueblo y con la
única dificultad de subir un pequeño puerto, en estos momentos, todavía, me
encuentro bien de fuerzas, las piernas van bien pero los muslos los tengo a punto
de tener calambres, pienso en que después de doscientos kilómetros, si tengo
que subir andando lo hare, es un puerto que no he subido nunca en bici con lo
que no sé qué dificultad tendrá, pero llegado hasta aquí, no puede pararme nada. La carretera va
ascendiendo poco a poco hasta coronar en un altiplano durante el cual se va
llaneando en un paisaje entre campos de cereal, girasoles y monte con carrascas,
el sol aun calienta aunque ya son las siete de la tarde, me veo cerca, recuerdo
todos estos parajes como si hubiese pasado el día anterior, entonces la
carretera comienza a descender flanqueada por dos terraplenes, resultado de la
supresión de las antiguas curvas y posterior adecuación de la nueva carretera,
esta, aun en descenso empieza a
describir un suave giro hacia la izquierda descubriendo a la vez que los
terraplenes desaparecen, el paisaje que hay al otro lado de este altiplano y
dentro de él está el pueblo, lo veo a mi derecha, conforme me voy acercando
observo como todo sigue más o menos como recordaba, las casas, la torre de la
iglesia, el depósito de agua, los dos cerros el de la mesa y el de la cruz
entre los que se acomodan las casas entre sus laderas.
Cuando
por fin después de cuatro horas de viaje sentado en el autobús se divisaba el
pueblo, una vez superado el altiplano, una sensación agridulce se apoderaba de mí,
estaba ya muy cerca de llegar a nuestra parada, donde pasaría mis vacaciones
las próximas semanas y eso me ilusionaba, pero a la vez sentía tristeza porque
el viaje se terminaba, ahora me pregunto si quizá, inconscientemente, el ir al
pueblo, no sería mi excusa para mi verdadera intención, la de viajar y
descubrir nuevos paisajes.
Bajábamos del autobús ante la mirada curiosa
de los paisanos que estaban sentados pasando la tarde a la sombra junto a la
parada, mientras el conductor nos abría el maletero, nosotros sacábamos el
equipaje y mi abuela que nos estaba esperando, nos ayudaba después a llevarlo
hasta su casa, mientras el autobús desaparecía atravesando el pueblo hacia otro
lugar.
Salgo de la carretera para entrar por la vieja
y estrecha travesía que atraviesa el pueblo partiéndolo en dos, recorro con la
bici, las calles por las que de niño jugaba, todo me es familiar la fuente de
la solana, la calle donde mi abuela tenía su casa, la iglesia y su plaza, la
casa donde nació mi madre, pero aunque todo me es conocido, a la vez siento que
todo lo que me rodea queda lejano, muy lejano en el tiempo, paseando por las
calles me encuentro con muy poca gente, ellos me miran y yo también, no los
reconozco, ni ellos tampoco a mí, para ellos soy un forastero alguien que
solamente pasa por allí con una bicicleta, sin sospechar que hace un millón de
años, yo veranee y jugué por estas mismas calles, finalmente mis pedaladas me dirigen
al cerro de la mesa, donde realmente para mí, tiene sentido acabar este viaje,
una atalaya desde la cual se puede divisar, además del pueblo, todo el
territorio que lo rodea, que en la época que estamos, todos los campos están
verdes, mientras el sol, poco a poco acercándose al horizonte, hace que todos los colores y las cosas adquieran
un tono que invita a la melancolía.
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